Fukuyama es una ciudad costera del sur de Japón, a unos 30 minutos de Hiroshima en tren de alta velocidad (Shinkansen). A pesar de ser la segunda ciudad más grande y poblada de la prefectura de Hiroshima, suele pasar desapercibida. De hecho, la mayor parte de los turistas internacionales que pasan por Fukuyama lo hacen de paso en su viaje a Tomo-no-ura, el pueblo en el que se inspiró Miyazaki para la película Ponyo.
En realidad, a pesar de no ser la ciudad más bonita de la zona, sí hay bastante que ver en Fukuyama; un templo, un santuario, un zoo… hay un poco de todo. Justo en frente de la estación de tren, que la conecta con Okayama e Hiroshima, nos encontramos el Castillo de Fukuyama o Castillo Hisamatsu; una reconstrucción del original de la época Edo que, como la mayoría de los castillos en Japón, acabó totalmente destruido tras la guerra. El castillo se encuentra dentro de un parque que alberga también varios museos, entre ellos el propio museo del castillo, el museo de caligrafía y el museo de arte, del que pasaré a hablar a continuación. Todo ello, a menos de 400 metros de la estación.
El museo de arte y el de caligrafía están uno al lado del otro y, en realidad, se complementan. En el exterior hay varias esculturas que son parte de la exposición permanente del museo de arte y que se pueden contemplar sin pagar nada en absoluto (la entrada al parque es totalmente gratuita e ilimitada).
El museo de arte me sorprendió, primero, por lo grande y moderno que es. La entrada es muy espaciosa y cuenta con una zona con mesas y sillones donde poder relajarse o leer. De hecho, es bastante común encontrarse a gente echándose la siesta allí mismo sin intención aparente de entrar a ver la exposición (sobre todo en verano, aprovechando el aire acondicionado). El museo alberga una exposición permanente y otra temporal. La entrada general a la exposición permanente cuesta 300 yenes, y el acceso a la temporal varía de precio según según la ocasión; generalmente suelen ser otros 300 o 400 yenes y casi siempre son exposiciones rotatorias de artistas internacionales.
En mi visita, una mañana laborable del mes de agosto, apenas me crucé con cinco o seis personas más dentro del museo, y tampoco vi mucho personal trabajando dentro. Al contrario de lo que sucede en otros museos similares de Tokio, Osaka o Hiroshima, aquí puedes detenerte el tiempo que quieras delante de cualquier obra sin molestar a nadie, porque no hay mucha afluencia de público en días hábiles.
La colección se centra principalmente en obras de arte moderno y contemporáneo de artistas de la zona. La exposición comienza con obras locales de los siglos XIX y XX y se expande a otras zonas de Japón, para concluir con varios cuadros y esculturas europeos, principalmente de Italia. Picasso es uno de los artistas más destacados cuyas obras podemos encontrar en el interior del museo.
Sin ser el mejor museo de este tipo en Japón, sí que cuenta una muy buena selección que aúna perfectamente el arte contemporáneo local y el extranjero, de artistas célebres y otros prácticamente desconocidos. La tienda del museo, en la entrada del mismo, ofrece libros de arte de todo tipo, postales, bolígrafos, marca-páginas y otros objetos con un bonito diseño. Al igual que el castillo, el museo de arte cierra los lunes.
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