La silueta piramidal del monte Oyama (大山) de 1252 metros de altura no pasa desapercibida en la prefectura de Kanagawa. Entre la existencia del famosos santuario Oyama Afuri y el hecho de estar a tan solo una hora y media de Tokio ya era suficiente para colocarlo en mi lista de excursiones desde hace tiempo. Lo que no sabía era de que se trataba de una montaña considerada sagrada desde el periodo Jōmon (hace unos 5.000 años) y un lugar de peregrinación extremadamente popular durante el periodo Edo. Debido a la creencia de que el monte Oyama podía detener la lluvia, la gente venía aquí a rezar por cosechas abundantes o por la prosperidad en sus negocios.
“En los siglos XVIII y XIX, hasta 200.000 fieles acudían cada año al monte Oyama durante un viaje de cuatro días desde Akasaka por la actual Ruta Nacional 246”, explica Meguro-san, un sacerdote sintoísta cuya familia vive en el santuario Oyama Afuri desde hace 250 años. “¡Eso representaba 1/5 de la población de la capital! Los comerciantes de Edo formaban organizaciones religiosas llamadas kou (講) y reunían sus recursos para enviar a un representante de su organización al monte Oyama cada verano, una tradición que sorprendentemente aún persiste, a una escala mucho menor, hoy en día”. Acompañados por el gonnegi (sacerdote sintoísta) Meguro-san, intentamos revivir paso a paso la experiencia de los peregrinos durante el periodo Edo.
Revive una experiencia similar a la de los peregrinos del periodo Edo en el monte Oyama
Nuestro recorrido comienza en Koma-sando, una calle de piedra rodeada de tiendas de recuerdos. Allí podrás encontrar las oyama koma, unas peonzas artesanales tradicionales utilizadas como amuletos de la buena suerte, y pequeños restaurantes que sirven especialidades locales como tofu hecho con agua pura de la cordillera de Tanzawa. Esta calle comercial es tan pintoresca que se me pasó el tiempo volando y no me di cuenta de los 362 escalones que ya había subido que subí, animada por simpáticos carteles que dicen frases como “¡ya casi has llegado!”.
A partir de aquí encontramos dos caminos que llevan primero al templo Oyama-dera (大山寺), y luego a la parte inferior del santuario, Oyama Afuri Jinja Shimosha (大山阿夫利神社下社). Como empezaba a anochecer, hicimos un poco de “trampa” tomando el funicular, una opción práctica para los excursionistas principiantes, ya que se sube 700 metros en seis minutos. Y aunque se tardan otros 120 minutos en subir hasta la cima del santuario, podrás disfrutar de la magnífica vista panorámica desde el famoso Honsha (本社) en la cima, con dos estrellas en la Guía Verde Michelin. En un día despejado, ¡se puede ver la isla de Enoshima e incluso Tokio!
Aquí pudimos revivir la tradición iniciada por el samurái Minamoto no Yoritomo durante el periodo Kamakura, cuando ofreció su espada al santuario. Esto llevó a muchos peregrinos del periodo Edo a ofrecer largas espadas de madera llamadas osamedachi. El fervor por este pequeño ritual era tan grande que algunos no dudaban en cargar con sus espadas de madera de seis o siete metros de longitud hasta el santuario.
Representaciones impregnadas de tradición y espiritualidad
Dentro del santuario, rezamos una oración en silencio y presentamos nuestro osamedachi. Y después, presenciamos la danza ritual sagrada kagura, dedicada a las deidades sintoístas. En un ambiente impregnado de espiritualidad, al ritmo de los tambores tradicionales y la suave melodía de una flauta, la joven sacerdotisa realizó gestos con una gracia excepcional. La belleza de los accesorios que adornaban su cabello y la fluidez de su traje rojo y blanco de mangas anchas contribuían innegablemente a la elegancia de cada uno de sus movimientos, cautivando mi atención. Qué suerte tuve de poder admirar semejante espectáculo en este santuario, cuyos orígenes se dice que remontan a más de 2.200 años. Un momento realmente privilegiado.
La ceremonia del té, otra tradición cultural en la que habíamos participado ese mismo día, fue igual de interesante de observar. Era la primera vez que asistía a una ceremonia así al aire libre, con un escenario ligeramente nuevo y simplificado. Después de que nuestra anfitriona, vestida con un magnífico kimono, organizara el espacio y purificara los instrumentos, preparó el té: midió la cantidad adecuada de polvo matcha, vertió el agua caliente y batió enérgicamente la mezcla con una herramienta de bambú hasta que se formó una espuma delicada, intensa y de color verde brillante.
Con una leve inclinación de cabeza, recibimos agradecidos entre las manos el fruto de este ritual extremadamente preciso, contemplando el cuenco con silenciosa admiración. Mucho más que una simple degustación de té, esta ceremonia es una experiencia estética y espiritual destinada a apreciar la belleza sencilla y la paz interior.
Cerca de allí, en este marco natural excepcional, nos esperaba un vasto escenario de madera bañado por la suave luz del sol. Estaba listo para acoger una representación de dos géneros del teatro tradicional japonés: el noh y el kyōgen. El primero, un teatro dramático vinculado a la tradición religiosa, explora temas serios y espirituales con personajes como dioses, fantasmas y guerreros. El segundo era menos familiar para mí, pero me sorprendió gratamente descubrir un teatro que representa situaciones cómicas de la vida cotidiana. Gracias a Meguro-san, ya conocíamos de antemano la sinopsis de ambas obras, y a través de los movimientos de los actores es realmente fácil captar la historia.
Pero la experiencia se hizo más memorable al poder ir después entre bastidores para recibir explicaciones sobre el atrezzo y los suntuosos trajes utilizados durante la representación. Pero el momento estrella fue subir al escenario para probar suerte con la delicada técnica del movimiento básico del noh: el suriashi. Consiste en caminar sin mover la parte superior del cuerpo ni levantar completamente los pies del suelo. Si a eso le añadimos la máscara Noh que obstruye la vista, ¡te darás cuenta de que no es nada fácil! Uno de los actores solo tenía 6 años. ¡Nos contó que su padre, su tío e incluso su hermano de 4 años también eran actores de Noh!
Para culminar la velada, tuvimos la suerte de poder pasear por una de las calles del pueblo que esos días reproducía las actividades nocturnas del periodo Edo: degustación de sake, un espectáculo de geishas (con las que tuvimos ocasión de charlar, las tres eran encantadoras) y juegos tradicionales japoneses, incluyendo una demostración de habilidad con varias peonzas Oyama koma, en el cual fracasé estrepitosamente. Afortunadamente, pude resarcirme con el chō-han, un juego de azar en el que hay que apostar por el total de puntos obtenidos al lanzar dos dados: los jugadores eligen chō para los pares o han para los impares. ¡Suerte de principiante, sin duda!
Sea como fuere, esta velada de cálidos encuentros, demostraciones artísticas y juegos tradicionales fue una maravillosa inmersión en la historia y la cultura japonesa.
Continúa tu experiencia en el monte Oyama
Una peregrinación a Japón no estaría completa sin pasar al menos una noche en un shukubo, el alojamiento tradicional dentro de un templo. Muchas de las pequeñas posadas que tradicionalmente acogían a los peregrinos en Oyama siguen en funcionamiento, y ahora también reciben a turistas. En la que yo me alojé, Tsutao, era bastante sencilla, pero mi anfitriona me había preparado un desayuno gigantesco. Incluso me enseñó a transformar la leche de soja en tofu en casa (pista: la “fórmula mágica” se basa en unos centilitros de nigari).
Si se quiere aprovechar al máximo la vista panorámica desde el santuario Oyama Afuri, recomiendo encarecidamente la casa de té Saryo Sekison (茶寮 石尊) y su terraza “en el cielo”. El menú de la cena que probé fue especial y no está en la carta, ya que ese día el restaurante estaba excepcionalmente abierto por la noche. No obstante, el lugar es muy agradable y las vistas siguen siendo las mismas: impresionantes.
Por último, no puedes perderte el templo de Oyama-dera, accesible a pie o por la estación intermedia del funicular de Oyama. Es famoso por su magnífico follaje otoñal, iluminado por la noche desde mediados hasta finales de noviembre. Asistí a una ceremonia gomadaki temprano por la mañana temprano, un ritual con fuego en el que se ofrecen plegarias a las llamas, al ritmo de tambores y sutras recitados por los monjes.
Pero este templo tiene mucho más que ofrecer, como raras obras de arte inusuales (estatuas y grabados), una estupa que hay que rodear tres veces para atraer la buena fortuna y la costumbre bastante divertida del kawarake-nage. Consiste en arrojar un pequeño plato a la tierra e intentar que atraviese el “círculo de la suerte” que hay debajo. ¿Por qué no probarlo y recibir un poco de ayuda del destino?
¿Cómo llegar al monte Oyama?
Desde Tokio, toma el tren exprés de la línea Odakyu desde la estación de Shinjuku hasta la estación de Isehara 伊勢原駅 (una hora). El funicular solo da servicio a 3 estaciones: “Oyama-Cable” → “Oyama-dera” (para el templo) → “Afuri-Jinja” (para la parte inferior del santuario.) Funciona de 9:00 a 16:30 los días laborables y hasta las 17:00 los fines de semana y festivos, con una salida cada 20 minutos.
Para más información, visita la página web de la Oficina de Turismo de Isehara.
Esta aventura al monte Oyama resultó ser un auténtico viaje en el tiempo, que ofrece una perspectiva única de la cultura y las tradiciones de la región. Una cosa tengo clara: volveré a ir de excursión allí en otoño, para ser recibida por la mágica visión de las brillantes hojas de arce balanceándose sobre la larga escalinata de piedra de su templo. ¡Y a ti, te animo a hacer lo mismo!
Artículo escrito en colaboración con la ciudad de Isehara
Traducido por Maria Peñascal Felís