No puedo evitar que me invada la nostalgia cuando pienso en Oji (王子). Fue en este barrio donde transcurrieron los primeros cinco meses tras mi mudanza a Tokio y mi primera oportunidad de zambullirme de lleno en la exploración de las áreas locales de esta megalópolis que no suelen salir en las guías turísticas. Durante los años anteriores, mis visitas a Tokio, aunque divertidas, consistieron principalmente en frenéticas maratones entre los más famosos distritos comerciales y las zonas más turísticas.
Fue precisamente mi deseo de experimentar la ciudad y el país como residente, entre otras cosas, lo que me trajo aquí. Oji fue entonces mi puerta de entrada a ese lado cotidiano de la ciudad entre tiendas de barrio, mercadillos de artesanía, restaurantes escondidos y paseos en bicicleta sin mirar el reloj. Cuando hasta ese momento parecía que no había vida al norte de Ikebukuro (池袋) según la turistofera internetera, Oji fue el lugar donde aprendí a empezar a tomarle el pulso a esta vibrante ciudad.
El jardín donde Oriente se encuentra con Occidente
Tras adquirir la mamachari (ママチャリ, apodo japonés para las económicas y populares bicicletas que la mayoría usa para desplazarse por la ciudad) de rigor, una de mis primeras incursiones fue a los bellos jardines Kyu-Furukawa (旧古河庭園). Pueden visitarse por sólo 150 yenes (o 400 yenes si se elige la opción de entrada combinada con los jardines Rikugien), otrora residencia de los Furukawa, una de las más prominentes familias desde la era Meiji y fundadores de uno de los principales grupos industriales de la actualidad.
Lo primero que llama la atención es la imponente mansión de estilo inglés del año 1917 junto al jardín de rosas de estilo francés, que por instantes te transportan al Japón de principios de siglo.
Me siento en el pequeño pabellón de observación para relajarme y contemplar el paisaje mientras me imagino en los zapatos del arquitecto inglés Josiah Conder, artífice del complejo y padre de la arquitectura moderna japonesa. Ahí intento hacerme a la idea de qué debe sentirse el estar haciendo historia al otro lado del mundo, en medio de la efervescencia cultural del proceso japonés de modernización e incorporación de aspectos culturales occidentales.
Cuando bajo las escaleras de la ladera y me adentro en un mundo radicalmente distinto, se hace patente el delicado balance de ambos ambientes. La precisión geométrica del jardín de rosas contrasta con los sinuosos y asimétricos trazos del jardín japonés, obra de Niwashi-Ueji, maestro diseñador de jardines de Kioto, destilando armonía a partir de la (im)perfección.
Saliendo de los jardines y caminando en dirección noroeste a lo largo de la avenida Hongo Dori (本郷通り), aprovecho para hablar de Hiratsuka Tei (平塚亭). Esta pequeña y sencilla tienda de dulces tradicionales, fundada en 1933, goza de bastante popularidad en la zona por su nostálgico aspecto y su aparición frecuente en “Mitsuhiko Asami Series”, una serie de novelas (posteriormente adaptadas a dramas televisivos) en las que su protagonista es un residente del barrio y cliente habitual. Es una parada perfecta para comprar dulces y seguir el camino hacia el parque Asukayama, donde podemos aprovechar para hacer un pequeño picnic.
Uno de los primeros parques de Tokio
El parque Asukayama (飛鳥山公園, Asukayama Kouen) es uno de los puntos más icónicos de Oji, histórica y estéticamente hablando. Ya desde el periodo Edo contaba con el honor de aparecer entre las “100 vistas más famosas de Edo” debido a que en 1720 el Shogun Yoshimune Tokugawa (将軍徳川吉宗) ordenó la plantación de 1270 cerezos, convirtiendo al parque en una de las visitas de rigor durante la temporada de Hanami entre los habitantes de Edo.
Hoy en día, a pesar de mantener apenas la mitad del número original de cerezos, sigue siendo una de las ubicaciones favoritas entre los tokiotas y no sólo en primavera. En verano también es un punto de referencia para los amantes de las hortensias que acuden en masa a inmortalizar las famosas flores de verano ubicadas a lo largo del estrecho paseo entre el parque y las vías del tren.
Como pequeña curiosidad, entre los años 1970 y 1993, solía operar en este parque el llamado Sky Lounge (conocido popularmente como la Torre Asukayama), una plataforma giratoria de 40 metros de altura cuyo mayor atractivo era poder disfrutar de un café y las vistas panorámicas mientras la plataforma iba girando lentamente hasta completar una vuelta entera en aproximadamente unos 30 minutos. No es de extrañar que en ese entonces fuera uno de los principales puntos de referencia de la zona. Lamentablemente, el deterioro de la infraestructura, unido a la construcción de edificios más altos en el área, restaron valor a la experiencia hasta ser definitivamente demolido en 1993.
El extremo noroeste del parque cuenta con un conveniente mini-monorail gratuito, para quien no quiera (o no pueda) ir por las escaleras, a fin de salvar la marcada pendiente entre el acceso al parque y la calle. Es muy útil por ser el punto más cercano a la línea de tranvía Toden-Arakawa y las entradas a las estaciones de Oji de la línea Namboku de Tokio Metro o la línea Fukutoshin de JR. Y a escasos metros, cruzando Hongo Dori, mi rincón favorito de todos.
El parque acuático sin agua, el ginkgo superviviente
No estoy segura de cómo empezar a explicar las sensaciones que me producen este pequeño trozo de singular y melancólica belleza donde el conjunto es más que la suma de las partes. Aquí, el cauce fluvial del río Shakujii (石神井川, Shakujii-Gawa) que desembocaba en el río Sumida (隅田川, Sumida-Gawa) pagó el precio del desarrollo urbano de posguerra. Sufrió tal contaminación que a las autoridades no les quedó más remedio que echar, literalmente, tierra al asunto y hacer pasar el caudal por unas tuberías bajo Asukayama.
Bajo los puentes no quedan más que piedras en un caos organizado que me hacen pensar en un paisaje de un surrealismo altamente estético y un testimonio triste y fantasmagórico acerca del agua que sólo volverá de forma breve en los días de lluvia. Agua en cuyo honor bautizaron a este espacio como Parque Acuático Otonashi (音無親水公園 Otonashi Shinsui Kouen).
Pienso en el contraste con el grandioso ginkgo (銀杏, icho) que le acompaña al costado, que a lo largo de más de 600 primaveras ha vivido el inicio y el fin del periodo de guerras civiles y dos guerras mundiales. A pesar de todo, ahí sigue, impávido frente al murmullo diario de trabajadores y estudiantes que van y vienen de forma más o menos apresurada cada día.
Pienso en los más de 300 años de historia de Ougiya (扇屋), un aparentemente humilde y casi escondido puesto de tamagoyaki (卵焼き, tortilla dulce de huevo). Todo el encanto de lo perenne y lo transitorio se entrelaza en mi cabeza mientras estoy sentada, saboreando la deliciosa tortilla y observando las piedras y la gente que pasa.
La célebre tortilla de este puesto, fundado en 1648, inspiró un conocido relato de rakugo (落語, forma de teatro clásico consistente en monólogos humorísticos) llamado «El zorro de Oji» (王子の狐, Ouji no kitsune) en el cual un hombre engaña a un zorro atrayéndolo al restaurante. En sus buenos tiempos ocupaba varias plantas en la misma ubicación actual pero lamentablemente en 2008 decidieron cerrar sus puertas y mantener en su lugar el recuerdo vivo con el pequeño puesto.
Templos de historia milenaria
Continuando las escaleras que llevan al ginkgo, nos encontraremos en Oji Jinja (王子神社), el santuario de Oji, uno de los 10 principales templos de Tokio así como uno de los más antiguos. Se desconoce el año exacto de fundación pero se estima que en torno a los años 1053-1065. Sus devotos rezan aquí para pedir protección contra los desastres naturales y asegurar que los embarazos lleguen a buen puerto.
Siguiendo un poco más hacia el noroeste, tenemos la otra cara del tándem sagrado del área, su lado más mágico y principal símbolo de identidad del barrio. El santuario Oji Inari Jinja (王子稲荷神社) está dedicado a Inari, la popular deidad con forma de zorro y protectora de la buena fortuna, los cultivos, el comercio y la industria. Su año de fundación tampoco se conoce con exactitud pero desde el periodo Edo ha sido considerado como uno de los templos más importantes de la zona de Kanto.
Durante los últimos años, su popularidad se ha visto renovada gracias a la celebración de la Procesión del Zorro (狐の行列, Kitsune no Gyōretsu). Esta tradición, relativamente reciente, fue creada a partir de leyendas populares que relataban que todos los zorros del área de Kanto se reunían aquí en la víspera de Año Nuevo para ofrecer sus respetos al templo.
Un exuberante oasis urbano
Al lado de la guarida ancestral de los zorros locales, está el Parque Nanushinotaki (名主の滝公園 Nanushinotaki Koen), un lugar que obra la magia de convencerme que estoy en un remoto paraje natural.
Con el relajante sonido de su cascada de fondo, a veces me permitía fantasear con que estaba en el bosque sagrado de La Princesa Mononoke (célebre película del Estudio Ghibli) y que en cualquier momento podía encontrarme un kodama, pequeños espíritus que habitan en los árboles del folklore japonés.
Muy cerca de este parque, otro de mis establecimientos predilectos de la zona es Ishinabe Kuzumochi (石鍋久寿餅), que lleva más de 130 años elaborando dulces con las mismas técnicas empleadas desde la era Meiji.
Un encantador detalle de esta tienda es el diseño de su bolsa de papel: ¡es un mapa de estilo antiguo del barrio! Una ingeniosa forma de promoción que a la vez rinde homenaje a la zona y su rica historia.
Manjares de altura
Y ya que hasta ahora sólo he hablado de dulces, es el momento de recomendar mi lugar predilecto para un buen almuerzo o cena. Muy cerca de la estación de JR de Oji, está el edificio Hokutopia (北とぴあ), un importante centro para la vida cultural del barrio. Además, cuenta con un mirador gratuito en su planta 17 desde el que se pueden disfrutar de vistas panorámicas, especialmente del ya mencionado parque Asukayama.
Es en esa planta donde se encuentra Sankaitei (山海亭), un restaurante de comida japonesa tradicional que aunque no tiene el pedigrí de una historia centenaria, su privilegiada ubicación y buena relación calidad-precio compensan de sobra para ser de visita obligada.
Para terminar de redondear el día en Oji, a un par de calles de distancia está la tienda en cuyo microcosmos se puede resumir toda la atmósfera del barrio. Yamawa (ヤマワ陶器). Es una tienda de cerámica y utensilios del hogar que además exhibe una enorme colección de máscaras de zorro, así como multitud de artículos de diversa índole que comparten afinidad con las más variadas representaciones de la venerada deidad Inari. Hasta las pequeñas máquinas de gashapon (pequeños juguetes coleccionables de máquinas expendedoras cuyo precio ronda los 300-500 yen por unidad) consisten en artículos relacionados con el folklore local.
Frente a la tienda, hay un diminuto pero pintoresco mini-santuario ubicado en el lugar en el que de acuerdo a la leyenda, se encontraba el árbol Enoki bajo el cual se reunían los zorros provenientes de Kanto para disfrazarse de humanos antes de iniciar la procesión hacia el templo.
Para quienes aún tengan energía tras el recorrido, una buena opción para cerrar con broche de oro sería aprovechar el animado ambiente de izakayas en el cercano barrio de Akabane. Y mentiría si dijera que en estas líneas he cubierto todo lo que Oji tiene para ofrecer. He hablado de lo que en mi humilde opinión es esencial pero me sigo dejando cosas en el tintero que espero que los lectores se animen a descubrir además de lo ya descrito. El norte de Tokio sigue manteniendo el encanto local de un barrio que aún no ha sucumbido al turismo de masas y como tal, ofrece una experiencia única para quien busque conocer un Tokio más original y auténtico.
¿Cómo llegar hasta Oji?
Como su nombre indica, la estación más cercana es Oji a la cual se puede acceder por tren en la línea Keihin-Tohoku de JR o por la línea Namboku de Tokyo Metro. Alternativamente, también es posible llegar a la parada Oji Ekimae de la línea de tranvía Toden-Arakawa.