Aunque vistosos en todos los casos, no todos los castillos japoneses se pueden valorar igual. Los hay emblemáticos como el de Nagoya; deslumbrantes como el de Himeji, con su blanco inmaculado como santo y seña; espectaculares como el enorme recinto negro de Matsumoto… y también los hay de un perfil algo más discreto, como el de Odawara. Entonces ¿por qué dedicarle un artículo? Pues porque pese a no caracterizarse por una destacada envergadura; aun siendo el actual edificio una reconstrucción de 1960; sin ocupar un lugar de honor entre los monumentos más estimados por los turistas nacionales o venidos de otras orillas; pese a todo ello una visita a Odawara y su castillo sigue siendo más que recomendable.
Ciudad samurái a una hora de Tokio
Esta ciudad es recomendable, en especial, para aquellos cuya estancia no es demasiado prolongada y toman Tokio como lugar desde el que organizar su plan de viaje, sin apenas poder desplazarse por el país. En ese caso, Odawara es la opción más cómoda y rápida para conocer de primera mano cómo eran los castillos del Japón de los samuráis. A menos de una hora en Shinkansen y a no mucho más en trenes convencionales, siendo una ciudad de dimensiones modestas, la estación se sitúa en un punto más que cercano al objetivo de la visita. Prácticamente, del andén podemos pasar directamente al recinto histórico.
Castillo de Odawara: monumento histórico y museo
Y en efecto, el castillo de Odawara no destacaría entre sus hermanos, pero no deja de ofrecer una vista imponente. La reconstrucción que hay en pie actualmente, sobre el emplazamiento original y respetando el aspecto que en tiempos tuvo el recinto, permite una relativa comodidad al visitante, disponiendo por ejemplo de ascensores para escalar en su interior. Junto a la colección museística que allí se alberga, interesante para conocer su historia, el castillo presenta una particularidad importante que es su ubicación costera. Las estupendas vistas desde su parte superior se disfrutan por sí mismas, pero sobretodo permiten comprender lo estratégico de su situación, abrigado por las montañas que lo circundan y le permiten ser un bastión ante la bahía. Justamente, el papel jugado por este castillo en diversos intentos de desembarco enemigo centra una parte de la exposición.
Otra ventaja de una visita a este castillo, en una esquinita de la provincia de Kanagawa, es que no es un monumento tan frecuentado como otros de su categoría, por lo que se puede disfrutar con menos agobios que otros recintos siempre masificados. Eso, a parte de la relativa tranquilidad, ayuda para que la visita no se alargue. Así, nos queda tiempo para pasear por las calles comerciales de Odawara, a las que se accede en un corto paseo. Y, por supuesto, para dejarnos engatusar por los olores que salen de sus restaurantes especializados, cómo no, en cocina marinera. En mi caso, dejándome recomendar por mis acompañantes, me decanté por un donburi –ya sabéis, bol de arroz sobre el que se añaden otros ingredientes al gusto– con diversos tipos de pescado, entre los que destacaba el shirasu, una de las especialidades que da mayor fama a la gastronomía local. Puedo decir que fue todo un acierto.