A quien una visita a Odawara, de cuyo castillo hemos hablado aquí hace poco, se le haga corta, le queda la opción de alargar su excursión visitando en sus inmediaciones el recinto religioso de lo más peculiar: el templo Saijoji.
Templo Saijoji: joya oculta entre montañas
Escondido entre las montañas Daiyūsan, aunque con algunas vistas también sobre la bahía de Sagami, el monasterio budista que alberga el templo Saijoji es de lo más pintoresco. Si la belleza natural de su ubicación no amortizara ya de por sí la visita, algunas curiosidades que enseguida comentaremos y el hecho de ser un lugar prácticamente desconocido para los turistas extranjeros, aportan al Saijoji un atractivo extra.
Cómo llegar al templo Saijoji desde Odawara
Para llegar allí, la opción más cómoda es el vehículo privado, ya que su emplazamiento elevado lo aleja de las líneas de tren. Sin embargo hay opciones de transporte colectivo, que pasan por tomar la línea Daiyūzan en la estación de ferrocarril de Odawara y bajar en la estación terminal del recorrido, que se llama Daiyūzan como la misma línea y como la montaña que vamos a ascender. Allí se puede tomar un autobús que conecta con el templo en un recorrido de apenas diez minutos.
Saijoji, mejor en otoño
Algunas recomendaciones para visitar el templo Saijoji: planificar la excursión para el otoño y procurar evitar fechas señaladas. Lo del otoño no os costará imaginar la razón. Aunque yo no tuve la suerte de plantarme allí en esa época, puedo imaginar lo espectacular del despliegue natural de color que deben aportar los bosques que rodean el templo. Lo de las fechas tampoco es un motivo rebuscado, simplemente se trata de evitar aglomeraciones. Pero en este caso con una doble razón muy poderosa, y es que al recinto se accede únicamente por una estrecha carretera que caracolea por la montaña, y el espacio de aparcamiento es más que limitado.
Mi visita al lugar fue por recomendación de unos amigos, que me llevaron en coche durante las vacaciones de principios de año. Y claro, con el hatsumōde –el ritual de la primera visita anual al templo–, la espera para conseguir una plaza de aparcamiento se hacía eterna. Acceder en transporte público no hubiera mejorado en nada la experiencia, ya que los vehículos se acumulan en una interminable hilera que retiene igualmente al autobús sin poder llegar con fluidez a su destino. Los diez minutos que antes comentábamos se pueden acabar por alargar una eternidad… Pese a todo, si no se tiene la ocasión de ir más que en esas condiciones, la oportunidad de estar allí será toda una recompensa.
Un templo con más de seis siglos de historia
Se trata de un lugar cargado de historia –fundado el año 1401 como punta de lanza de la expansión en la región de Kantō de la escuela budista Sōtō, una de las tres manifestaciones del budismo zen japonés– y de historias, como la de estas curiosas chanclas gigantes que veis en las fotos.
Se trata de unas tradicionales takageta, las geta –chanclas japonesas de madera– de plataforma muy alta, que cuentan aquí con decenas de pares reproducidos en piedra o, preferentemente, en metal. Parece ser que estas takageta gigantes pertenecerían, según la tradición, a un tengu, un duende del folklore nipón. La simbología que se les asocia tiene que ver con los buenos augurios para la pareja. No por casualidad, numerosas jóvenes parejas de novios y no tan jóvenes matrimonios hacían cola ese día para fotografiarse frente al curioso monumento.
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