“Pasa, pasa, douzo”. La vocera del local de videncia hace entrar a la chiquilla, de no más de quince años, a la tienda de futurología. En un milisegundo se gira hacia mí y me espeta en un inglés extraño “¡Tú también viene, tú también conoce futuro!”. “Paso, mejor me quedo con mis quinientos yenes”. Se encoge de hombros. Su sonrisa alambicada permanece firme, obediente, impertérrita, tatuada en su rostro. Me alejo y digo para mí: ¡seré tonto! Por quinientos yenes podía haber conocido mi futuro y las claves del éxito, como decía el cartel. Me quedaré sin saber que la línea de la vida en la palma de mi mano es larga y muy marcada, y que aquí y aquí se ven mis profundos dotes de liderazgo. Y que me casaré muy bien, con una esposa rica y complaciente, yo, que llevo quince años casado. Por tres cochinos euros. Tonto de capirote: ese soy yo.
China es el futuro
No recordaba que hubiera esta cantidad tan exagerada de tiendas de futurólogos, pitonisas, lectores de manos aquí en Chukagai, este dédalo de calles en Yokohama que conforma el barrio chino más grande de Japón. Las cuento a ojo de buen cubero y casi son la quinta parte de los locales. Y aquí todos los bajos, todos, todos, son locales. Los demás son restaurantes, puestos de comida callejera, alguna tienda de ropa y cachivaches de la China popular… y de la otra. “Veo muchas banderas de Taiwán en las tiendas”, oigo preguntar a una clienta, en japonés, en una tienda de té; “¿son todas de Taiwán?”.
La sonrisa de la tendera, otra señora de mediana edad, no consigue esta vez permanecer firme, obediente, alambicada. Huye por un segundo como una lagartija que va de sombra en sombra, pero a la velocidad de la luz recobra la firmeza, la obediencia y un prístino alambicado. Contesta, también en japonés: “Verá, no todos somos taiwaneses, no… es que la bandera de la República Popular no es muy… popular aquí últimamente, y, pues, claro…”. Habla bajito. Por algo será que su popularidad está en horas bajas.
Miro calle abajo y veo, gallardas, orgullosas, una docena de banderas taiwanesas que proclaman la sinicidad de la escuela de primaria a la par de la cual ondean. Sinicidad de la que da en llamar a la islita de Formosa la República de la China, que sin preocupaciones sobre popularidad reclama toda la China continental y aún Mongolia y toda la vasta llanura que les birlaron los zares en el Siglo de las Humillaciones.
Mao, el panda simpático
Aun así, veo algún comercio que otro que usa de reclamo el kitsch comunista, como la ventanilla de comida callejera con un cartel de osos panda ataviados de uniforme del partido. Ese. Ese panda del medio con el brazo señalando al horizonte es igualito que Mao. La dependienta no parece demasiado a punto de dar ningún gran salto adelante, ni de hacer una revolución cultural, ni mucho menos de emprender una larga marcha, al menos mientras el dinero (estricto efectivo) siga cambiando de manos.
Y vaya que sí cambia: las colegialas, vestidas de uniforme escolar, se arremolinan frente a los puestos. Pero son colegialas japonesas, o sea que es un remolino ordenado y cortés, de risas nerviosas y bocas tapadas con una mano. De las ventanillas no dejan de salir las especialidades de moda, que esta temporada son las fresas caramelizadas servidas muy frías (¡qué ricas!) y un pedazo enorme de pollo empanizado que las parejas muerden por turnos para acto seguido exclamar ritualmente, también por turnos, “¡cómo quema!”.
¡Bienvenidos! No hay mejor comida china
Ya es hora de comer: se llena la calle y los restaurantes. Los voceros y las voceras, viejos y jóvenes, llaman, ellos con voz de barítono, ellas con el tono más agudo humanamente posible, a la multitud de familias con niños, parejitas y colegiales que ya llenan las calles del barrio chino, llamado Chukagai en japonés. “¡Bienvenidos, no hay mejor comida china fuera de China!”, dicen los folletos turísticos. Hay un par de restaurantes caros, pero los más son de precios populares, con menús que, por menos de tres mil yenes, dan a elegir cualquier cosa de la carta.
Entro en uno al azar y está todo a tope. A tope el restaurante y a tope el dueño: están sus hijos pequeños, de dos palmos y medio de alto, corriendo como una moto de la trastienda al pasillo y del pasillo a la sala. Y como una moto anda el padre también: da cuatro voces en chino a la cocina para pedir los platos y da cuatro voces en chino a esos demonios de niños para que se estén quietos. Y todo son voces, mandando en chino mandarín, hasta el punto de que uno se va compungido porque piensa que solo ha pagado por la comida y se siente culpable de no entregar un solo yen por el espectáculo.
Ya con la barriga llena vuelve uno al exterior. No es aún oscuro, pero en las dos calles paralelas del núcleo de Chukagai, de unos doscientos metros cada una, y en todos los callejones que las comunican, las luces nocturnas están ya encendidas. Me llevan los pasos a Kantei Byo (o Kuan Ti Miao): el vistoso santuario que glorifica a Guan Yu, héroe cultural cuya figura en el País del Centro proyecta una sombra en la historia china de la talla de la de César en Occidente. “Es un jinja”, contesta la señora de la entrada a una transeúnte que se interesa en qué es aquello. Miro al edificio en la luz ya algo crepuscular, y viendo las sombras alargarse y proyectarse caprichosamente en la fachada barroquizante y en el esmalte de colores brillantes de las tejas vidriadas, pienso que no hay nada en este mundo que se parezca menos al Santuario Meiji que este templo chino.
Templo Kuan Ti Miao
tourist attraction- 140 Yamashitacho, Naka Ward, Yokohama, Kanagawa 231-0023, Japan
- ★★★★☆
Luces rojas en el barrio chino de Yokohama
Paso de una de las calles principales a la otra a través de un callejón sobre el cual cuelgan docenas de farolillos redondos que pintan de rojo las sombras, ya extinta la luz diurna. Es esta luz roja lo que confiere a todo el barrio un aire festivo y surrealista. Cambia el público. Los salaryman empiezan a acudir en grupitos que llenan los restaurantes, mientras las estudiantes de falda de cuadros son sustituidas por parejitas jóvenes. “¡Bienvenidos!” Las fresas confitadas y el pollo rebozado no paran de salir de las ventanillas de comida callejera. “¡Cómo quema!”. Van por turnos los anatas.
La luz roja blanda, casi amable, se pierde en sombras cerradas allí donde los farolillos no llegan a alumbrar, y yo pienso en luces y en sombras. En sombras: cuatro veces se ha quemado el santuario de Guan Yu, ese Aníbal, o César o Alejandro chino. Cuatro veces desde que lo pusieran allí los primeros inmigrantes chinos, a finales del diecinueve, cuando Japón abre las compuertas y los extranjeros llegan a Yokohama, una aldea minúscula, y la convierten en la corona de oro del Shonan.
Prosperaron al calor de la revolución Meiji y de la Democracia Taisho, y la prosperidad la pagaron también con su libra de carne en los primeros compases de la era Showa en forma de pogromos, persecuciones, incendios y antipatía en tiempos de odio. Y de vuelta a la prosperidad; y siguieron viniendo. Y tienen esos chinos cualidades admirables: se ven como juncos. Son abatidos, doblados, por el vendaval, y cuando cesa el viento, regresan ufanos a su forma, y queda a su lado el roble, ayer altivo, partido por la tormenta. Levanto la cabeza y miro el bosque de carteles verticales en las fachadas, los ideogramas chinos en los portales monumentales que delimitan el barrio, la maraña de farolillos redondos y rojos y noto erizárseme el vello en los brazos.
Aquí hay dragones…
…como en los mapas antiguos. Y para verlos en efigie encaramados en una fachada sí y otra no, no hay más que tomar el tren durante un poco más de una hora desde el centro de Tokio. La parada de Motomachi-Chukagai es la más conveniente y directa desde la estación de Shibuya. La línea cambia dos veces de nombre en el trayecto, pero el hecho es que uno se sube al vagón de metro en la parada de Shibuya de la línea Fukutoshin y llega sin trasbordos al barrio chino de Yokohama.
Desde la estación de Shinjuku también se puede llegar a través de la línea Shonan-Shinjuku con trasbordo en la estación central de Yokohama a la parada de Ishikawacho.
Y si partimos del este de la ciudad de Tokio, la línea Keihin Tohoku, que pasa por la estación de Tokio y la de Shinagawa, nos deja directamente en Ishikawacho.
Si uno llega en crucero a Yokohama, la terminal del puerto queda a poca distancia; es buena idea dar un paseo a pie por la ciudad hasta dar con las luces de los farolillos del mismísimo barrio chino.
La peor parte de entrar en Chukagai es que en algún momento uno tendrá que atravesar los altos portales repletos de letras chinas de vuelta a casa. Oyendo cada vez más lejanos los “¡Bienvenidos!” que los voceros varones lanzan con voz de barítono y ellas con el tono más agudo humanamente posible.
Barrio Chino de Yokohama
tourist attraction- Yamashitacho, Naka Ward, Yokohama, Kanagawa 231-0023, Japan
- ★★★★☆