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En la década de 1980, Jean-Michel Basquiat ジャン=ミシェル・バスキア emergió como lo que probablemente sería la primera auténtica superestrella del arte afroamericano. Empezando como artista grafitero en los márgenes de la cultura popular, arrasó en Nueva York firmando su obra pública como SAMO (del inglés Same Old Shit, o «la misma mierda de siempre»), pasando a convertirse eventualmente en uno de los pintores más destacados del siglo XX. 

Andy Warhol, Jean-Michel Basquiat, Bruno Bischofberger y Fransesco Clemente, Nueva York, 1984.
Andy Warhol, Jean-Michel Basquiat, Bruno Bischofberger y Fransesco Clemente, Nueva York, 1984. Foto: Attribution-Share Alike 4.0 International

Con una mirada inquieta y recolectora de influencias culturales, tomó inspiración del arte africano, Da Vinci, Picasso, Pollock y su querido mentor Andy Warhol. Basquiat, un hombre atractivo, carismático, tímido, con un talento impresionante y cuya enorme influencia en el arte contemporáneo sigue teniendo peso a día de hoy.

Basquiat y la moda

En la década de 1990, como estudiante en Glasgow, estudiaba teatro y literatura, pero también intentaba explorar más sobre música y arte. La mayoría de los apartamentos de estudiantes en aquella época estaban decorados con pósteres de obras de Rothko, Klimt o de las películas Pulp Fiction y Trainspotting. Recuerdo haber cogido un libro o quizás una revista de arte y haber visto la obra de Basquiat por primera vez; luego haber visto una reproducción en una fiesta y preguntarme de quién era, por qué me había conmovido esta obra, y notar la manera en que el texto y las palabras desempeñaban un papel tan importante como las imágenes. Basquiat fue tanto un artista literario como un maestro visual

En la segunda mitad de la década de 1990, cuando Internet se volvió más accesible y su uso se fue ampliando, empecé a mirar fotografías de artistas y vi la película biográfica fundamental de Julian Schnabel, Basquiat, con una actuación inolvidable de Jeffrey Wright, quien retrató maravillosamente a Basquiat y capturó perfectamente sus grandes e insondables complejidades. 

Sin embargo, como alguien con un interés incipiente por la moda, también fue la ropa de Basquiat lo que me cautivó. Chaquetas de tweed holgadas y extragrandes, jerséis de lana de cuello redondo y agujeros que, sin duda, delataban las quemaduras de algún porro, tejidos de espiga, tartán, y más adelante, cuando su fama despegó, trajes de Issey Miyake, chaquetas de lino y un surtido de prendas salpicadas de pintura de la marca japonesa Comme des Garçons.

Más tarde descubrí que Basquiat en realidad había caminado por la pasarela en 1986 para el show Homme Plus primavera/verano 1987 de Comme des Garçons que podéis ver en YouTube, para quienes estéis interesados. Para el otoño/invierno 2018, la línea de camisas Comme des Garçons presentó ocho camisas con la obra de Basquiat impresa en ellas, consolidando la conexión entre el patrimonio de Basquiat y Comme des Garçons que continúa hasta el día de hoy. La prenda favorita del artista de Comme des ​​​​Garçons era un sencillo abrigo negro de tres botones que colgaba justo debajo de la rodilla. Me lo imagino suave, flexible, protector, como reemplazando una manta para un artista que convivía con sus demonios, destrucción y una locura que a menudo comparto. 

Cuando comencé a investigar a Basquiat para este artículo, noté que en las entrevistas tartamudeaba un poco al hablar. Tartamudeaba nerviosamente. En ocasiones se le notaba incómodo, hablando y explicando su arte. Rehuía las críticas y la sobre intelectualización de sus pinturas. Yo también tartamudeo. El mío es mucho más pronunciado que el suyo, pero siento una particular afinidad con él. También me identifico con Basquiat debido a su coqueteo con la percibida alta y baja cultura. Un hombre de la calle, un vagabundo, un indigente, un artista, un hombre con una inclinación por la comida y el vino caro, un artista que disfrutaba de las cosas buenas de la vida y alguien que se encontraba en su salsa hablando de arte y cultura en el Lower East Side mientras dormía en cajas de cartón en el Bronx o Brooklyn. 

Alta y baja cultura

Basquiat siempre fue un outsider. Otra artista que también estaba situada en la periferia fue Rei Kawakubo, diseñadora de Comme des Garçons, quien rehuía las tendencias y se negó rotundamente a seguir el juego. Siempre me han atraído los outsiders. También me siento más cómodo estando en los márgenes, mirando hacia dentro desde fuera. Me permite tener espacio para moverme. Me permite fluidez, libertad de pensamiento. Me concede la libertad de ejercer mis excentricidades: de besar con torpeza y melancolía a mis seres queridos detrás del codo, de llevar el cuello de la camisa asomando más de la cuenta del escote de un jersey de cuello redondo, de escuchar a Public Image Ltd. mientras veo ballet en vivo, de comer alubias cocidas todos los días durante meses, de raparme la cabeza sin motivo aparente, de llorar con Untamed Heart sin el menor atisbo de vergüenza, de hacer que mis amigos se retuerzan con mis atroces imitaciones de Al Pacino y Denzel Washington, de hablar con colegas sobre la profundidad de Barthes y Adorno mientras leo revistas del corazón y como Big Macs directamente del cartón afuera de la tienda oficial de Chanel en pleno Ginza. Esto es, precisamente, la esencia misma de lo alto y lo bajo.

De alguna manera creo que Basquiat lo aprobaría

El arte de Basquiat y Japón

La exposición más reciente de la obra de Basquiat en Japón fue Made In Japan, una retrospectiva en el Mori Art Center de Roppongi en 2019. No tuve la oportunidad de asistir a esta muestra, pero sí leí el incendiario ensayo del increíble comentarista cultural Tracy Jones sobre esta exposición en su página web. Como hombre blanco, escocés y de mediana edad, nunca pretenderé sentirme igual que Jones; sin embargo, como escritor y periodista, sé lo que se siente ser un outsider observando este tipo de eventos. Ser el único extranjero, ser rechazado o ignorado, que te hagan sentir insignificante.

La relación de Basquiat con Japón fue más compleja de lo que se pensaba en un principio. Según la escritora especializada en arte Julie Anne Sjaastad, en un artículo para Sotheby’s, «Tokio, en la década de 1980, disfrutaba de un rápido crecimiento económico que impulsó su mercado artístico. A medida que Japón se acercaba al zénit de su período de auge, la cultura tokiota pronto se convertiría en sinónimo de tecnologías sofisticadas, información vertiginosa y moda vanguardista. Durante este tiempo, Basquiat visitaba Japón con frecuencia, llegando a realizar seis exposiciones individuales y diez colectivas en el país. El artista no se inspiraba solo en Nueva York, sino también en Tokio, donde empezó a incorporar palabras y frases japonesas, así como caracteres nipones, en muchas de sus obras».

Pinturas como «Onion Gum» y “One Million Yen” (Un millón de yenes) incorporan referencias japonesas, convirtiendo a Japón se convirtió, simbióticamente, en parte del entorno social de este gran artista. La apoteosis de su conexión con Japón llegó en 2017, cuando el multimillonario japonés Yusaku Maezawa compró la pintura de la calavera «sin título» de Basquiat de 1982 por 110,5 millones de dólares, estableciendo un récord de subasta para el artista.

Cuando me encuentro en la parte trasera de un taxi a toda velocidad por Tokio de noche, rodeado de multitud de letreros y señales, neón, textos, imágenes, animaciones y carteles publicitarios en varios idiomas, a menudo me hace pensar en la caleidoscópica y abundante producción artística de Basquiat, tomando en cuenta que falleció a los 27 años. Poligonal, fulgurante e inspiradora, la obra de Basquiat sigue asombrando hoy en día, y su relación con Japón y el pueblo japonés parece más viva que nunca.

Traducido por Toshiko Sakurai

Paul McInnes

Paul McInnes

Actualmente soy el editor en jefe de Voyapon. En los últimos años, he ocupado cargos como editor en jefe de Metropolis, editor sénior en Tokyo Weekender y redactor y colaborador editorial en medios como The Japan Times, Monocle y Tokyo Art Beat.