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Este viaje no podría haber llegado en el momento más perfecto. Después de pasar la mayor parte de la semana anterior intentando esquivar uno de los tifones más persistentes que se recuerdan en Japón, llegué a Ojika mental y emocionalmente agotado. Llevaba más de una semana de viaje y necesitaba un poco de descanso. Afortunadamente, Ojika me lo proporcionó con creces.

Cada día en la isla de Ojika hay dos acontecimientos trascendentales: la salida y la puesta del sol. Y lo que hagas con el tiempo que transcurre entre medio depende de ti.

Hoshu: una villa tranquila hecha para el relax

Mi alojamiento Kominka Hoshu se encontraba a pocos minutos del puerto de Ojika, a donde llegué en barco desde Sasebo, en la parte continental de Nagasaki. Esta es una de las varias casas tradicionales japonesas renovadas en espaciosas habitaciones para alojar a grupos. Hoshu, con su armoniosa sala de estar con tatami y vistas al jardín, su aromático baño de cedro y su cocina completa, me tentaba a quedarme dentro y no salir nunca. Pero me perdería el resto de la serenidad que ofrece esta tranquila isla.

Alquilé una bicicleta eléctrica en la oficina de turismo de Ojika, la cual amablemente me dejaron en la puerta. Puesto que la isla principal de Ojika es pequeña, con solo 34 km de circunferencia, la bicicleta es la forma más rápida y fácil de llegar a muchos de los lugares. Como la mayoría de los visitantes de Ojika, mi primer destino es la playa.

Una bahía con agua de color turquesa

La costa de Ojika tiene varias playas, pero para nadar y practicar deportes acuáticos, ninguna puede igualar a la playa de Kakinohama, en la costa norte de la isla. Refugiada en una cala, la playa está muy protegida del fuerte oleaje y es segura incluso para los niños que se quieran bañar en sus aguas azul turquesa. Yo me pude sumergir en las cálidas aguas de principios de septiembre. Bajo la superficie se veían cientos de peces de colores, curiosos amigos submarinos que se me acercaban para mirarme de cerca antes de alejarse. Me senté en la orilla mientras las cálidas olas me acariciaban los pies durante lo que parecía una eternidad, pero en realidad solo había pasado una hora.

Tras ducharme y cambiarme, pedaleé lentamente de vuelta a Hoshu, al otro lado de la isla. Ese día era caluroso, pero la cálida brisa de la isla lo hace tolerable. Me deslicé cuesta abajo, estirando un brazo como si intentara volar. Y en ese momento, un lugareño me adelantó lentamente en un pequeño camión y me saludó con la mano.

Pescar y cenar con los isleños en Ojika

A última hora de la tarde, los peces salen a alimentarse, así que me reuní con mi contacto local previamente acordado cerca del muelle del puerto para pescar un poco. Cuando llegué, Chiaki Yamamoto ya había preparado las cañas y los sedales y estaba ocupado cortando trozos de peces pequeños como cebo. Me dijo que había peces grandes bajo el muelle, así que intentaríamos pescarlos primero. Segundos después de que mi sedal estuviera en el agua y el cebo se hundiera en las oscuras profundidades, sentí un tirón. Emocionado, le devolví el tirón. No, no, dice Yamamoto. Paciencia. El pez desapareció y, con él, el cebo. Recogí el sedal y él me ayudó a volver a cebar el anzuelo.

Después de media docena de fallos y una captura decente, cambiamos nuestro objetivo al aji, pequeños jureles que constituyen un alimento básico en Japón y que abundan en los alrededores del muelle. Yamamoto estaba cargando un pequeño recipiente lleno de carnada y lo colgó al final de una línea con media docena de anzuelos y señuelos. El cebo hacía que los peces se arremolinaran; algunos confundían los señuelos con el cebo y se enganchaban. Fácil, o eso parecía.

La pesca en un muelle en Nagasaki

Para cuando caía el último cebo al agua, el sol estaba a punto de ponerse y solo había unos pocos peces pequeños en mi cubo. Perdí la noción del tiempo, enzarzado en una batalla competitiva con estos brillantes pececillos, y es evidente que me derrotaron. Yamamoto se encogió de hombros y sonrió, y yo le devolví la sonrisa, un poco avergonzado por mi falta de destreza en la pesca.

Yamamoto nos llevó de vuelta a su casa, donde su mujer, Mariko, nos había preparado un festín para cenar. Afortunadamente, no tuvo que contar con mis habilidades como pescador, así no pasamos hambre. Sashimi recién cortado, tempura frita, sabrosas natillas de huevo chawanmushi y verduras cocidas a fuego lento cubrían la mesa baja de su comedor. Brindamos en agradecimiento por la enorme comida, la amabilidad de mis anfitriones y la belleza de estas islas.

Yamamoto me devolvió a Hoshu, donde me di un relajante baño en la bañera de cedro antes de quedarme dormido, acurrucado en una mullida cama futón.

Explorando la apacible Ojika a mi ritmo

Puse el despertador a las cinco y media de la mañana, pero no me hizo falta. Una plácida noche de sueño combinada con la anticipación del dorado amanecer sobre un paisaje prístino de Ojika fue suficiente para despertarme de forma natural. Volví rápidamente a la playa de Kakinohama, que da a la isla de Nozaki por el este, uno de los mejores lugares de Ojika para ver el amanecer.

El amanecer en la isla de Ojika

Una pequeña embarcación estaba anclada frente a la orilla, y yo observaba cómo el sol salía por detrás y por encima de ella, bañándola en un rayo dorado de luz reflejada. El tiempo parecía detenerse de nuevo, cada segundo se alargaba en minutos en la tranquila belleza del paisaje. Mi mente divagaba como la suave marea hasta que los radiantes colores del amanecer se desvanecieron en la luz del día.

Me desvié por la carretera hacia los acantilados de Goryo, donde la afilada lava negra se precipitaba en el mar azul. Comparada con la serena belleza de Kakinohama, a unos cientos de metros, Goryo es cambiante y dramática, con mares a veces agitados que rompen en la escarpada costa. Es una playa más fotografiada que acostumbrada a adentrarse en el mar.

De vuelta a Hoshu, me detuve en el Café Turtle para tomarme un café con leche para despertarme, preparado por el dueño y barista Yosuke Taguchi. Un hombre tranquilo, que entabló una conversación cortés y me sirvió su característico café con leche, que hizo honor a su reputación estelar, antes de volver al partido de béisbol televisado en el que Shohei Ohtani bateaba para los Dodgers. Giré la cabeza y observé con él en silencioso compañerismo.

Una cafetería retro en Ojika

Sin un itinerario fijo, deambulé por las calles laberínticas que conforman el centro de Ojika, moldeado por el terreno y el paso que antaño separaba la isla principal en dos partes.

Asomé la cabeza en la imprenta tipográfica Ojikappan y Momoko-san, la diseñadora y dueña de la tienda, me saludó. Momoko Yokoyama es un ejemplo de los «Retornados» de Ojika, aquellos que nacieron allí, pero abandonaron la isla durante una temporada de su vida, para regresar más tarde y comenzar una nueva etapa. Tras estudiar diseño en una universidad de Tokio, Yokoyama regresó a su isla natal para montar un negocio de éxito y promocionar las maravillas de Ojika al resto de Japón y del mundo. Me dejó pasear, primero por el taller de tipografía de su padre, con miles de bloques de caracteres organizados a lo largo de las paredes, y luego por su taller, conectado por una puerta abierta, donde hace me enseñó como se utiliza su antigua prensa de platina Heidelberg. El ruidoso ritmo de la máquina al imprimir una página tras otra me tranquilizaba.

Un ejemplo de cómo se utiliza una máquina tipográfica

Ese día, la comida fue en la cafetería KONNE, regentada por la familia Fujita. El marido, Koji, es otro de los que volvieron a Ojika para cuidar de su anciana abuela y tras su fallecimiento abrió KONNE. La familia Fujita disfruta del lento ritmo de vida que supone llevar un restaurante en Ojika, lo que se hace evidente por el hecho de que pueden cuidar de su hija pequeña mientras el restaurante está abierto. La comida es sencilla, deliciosa y económica, una gastronomía moderna que no puede clasificarse ni como japonesa ni como occidental.

Después de comer, otra playa. Esta vez se trataba de la playa poco profunda Shirahama que parece extenderse sin fin desde la orilla hasta las profundidades del mar, transformándose lentamente del amarillo dorado al azul celeste por el camino.

El único defecto de la playa de Shirahama es obra humana, y no de los residentes locales precisamente. Grandes barcos pesqueros de otras partes del mundo vierten su basura en el océano, y sin barreras naturales que la protejan, gran parte de esa basura acaba en las arenosas orillas de esta playa. Sin embargo, un residente se ha convertido en el defensor de Shirahama. Un día, el propietario de una tienda de comestibles local, Harutomo Egawa, decidió que ya era suficiente y se dirigió a la playa de Shirahama a las cinco de la mañana para recoger basura durante una hora. Al día siguiente volvió. Y al siguiente. Durante más de cinco años, Egawa ha acudido por la mañana temprano, antes de empezar su jornada laboral, a recoger la basura de la playa de Shirahama. Organizó actos comunitarios. Incluso creó lo que podría llamarse una escultura de arte moderno con la basura recogida en la playa como recordatorio del daño que la humanidad puede infligir a nuestro hermoso planeta. El hecho de que yo pudiera disfrutar de la playa se debió en gran medida a la preocupación de Egawa por ella. Inspirado por el simple acto de un ciudadano preocupado, yo también me estuve recogiendo basura, aunque sólo fuera durante unos minutos.

Una vida lenta: el estilo de la isla de Ojika

Tras regresar lentamente a Hoshu y darme una refrescante ducha, me senté en la sala del tatami observando cómo la luz del sol de la tarde avanzaba por el suelo, filtrada a través de las hojas danzantes de los árboles. Un silencioso golpe en la puerta me devolvió al presente. Era Yasuyo Udo, la vecina que había venido a ayudarme a preparar la cena en la kominka. Me trajo regalos comestibles: sashimi de pescado fresco, un montón de pequeñas guarniciones compuestas principalmente de verduras y algas preparadas de diversas formas, y verduras frescas que después me enseñaría a convertirlas en tempura frita. Pusimos arroz en la arrocera para hacer bolas de arroz onigiri, envueltas en algas y con una ciruela encurtida umeboshi salada y ácida en su interior.

Mientras cocinamos juntos, Udo me contó su historia. Llegó a Ojika hace más de 50 años, procedente de Osaka, cuando tenía poco más de 20 años. Fue una época de aventuras en su vida, ya que había visitado la India en ferry y regresado cuatro o cinco veces a Ojika debido a su inacabable amor por la isla. Con el tiempo, un joven de la zona le propuso matrimonio y ella se casó, formó una familia y vivió una vida tranquila en la isla. La plenitud de su vida se puede ver, sentir y saborear en su cocina, especialidades locales que pueden hacer que los nuevos visitantes de Ojika se enamoren de la isla, como lo hizo Udo.

Pero antes de tener la oportunidad de saborear esta comida casera, otra persona llamó a la puerta. Era la conserje de Ojika, que me llevó a la isla de Madara para ver la puesta de sol en su día libre. Hicimos una visita relámpago a dos de sus lugares favoritos antes de regresar a Hoshu para disfrutar de la comida. Comí tranquilamente, observando las barcas de pesca que se movían en el agua en el pequeño puerto que había frente a mi ventana.

Un viaje curativo para refrescar tu espíritu

Y así estuve en Ojika durante tres días. Despertarse temprano para encontrar un nuevo lugar donde disfrutar del amanecer. Disfrutar de una buena comida en los restaurantes o cafeterías y escuchar las historias de los propietarios sobre su amor por Ojika. Contemplar la subida de la marea sin tener otro lugar donde estar ni otra cosa que hacer.

A las diez y media de la mañana del cuarto día, 30 minutos antes de que mi ferry parta hacia Sasebo, me senté al borde del muelle, observando a los peces que nadaban sin rumbo bajo mis pies. Volví a sentir los latidos de mi corazón notando el ritmo de mi respiración. Me curé de una aflicción, de la dolorosa vida moderna orientada a la eficiencia. Es una enfermedad que la mayoría de nosotros no nos damos cuenta de que tenemos hasta que se cura. Y Ojika es el remedio.

Isla de Ojika: Dónde está y cómo llegar

Este ha sido mi diario de viaje sobre la isla de Ojika, donde pasé tres días maravillosos haciendo… prácticamente nada. Ojika es una isla de la prefectura de Nagasaki, de fácil acceso en lancha motora o ferry desde el puerto de Sasebo. También hay un ferry nocturno que sale del puerto de Hakata, en Fukuoka, y llega a Ojika sobre las 5 de la mañana.

A través de oficina de Turismo de la Isla de Ojika se pueden organizar reservas para la kominka Hoshu o cualquiera de los otros cinco alojamientos kominka de la isla, así como otras actividades diversas, como pesca o una comida con una familia local, una comida casera en su kominka, excursiones al atardecer o reservas para diversos restaurantes locales.

Traducido por Maria Peñascal

Patrocinado por Ojika Town

Todd Fong

Todd Fong

Freelance writer, photographer, and mentor. Japan-based, Oaktown (Oakland, California) born. Freelance writing and photography work includes Lonely Planet, Voyapon, Metropolis Japan, and many regional tourism websites around Japan.

https://www.toddfong.com